Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
- El anti-comunismo
Hemos visto que Pío XI habla de las fuerzas revolucionarias ateas resumiéndolas en el «Comunismo». Pío XII dice en el mensaje a España: «prosélitos del ateísmo materialista».
En los años 50-80 entre algunos católicos abundó el desdén por la «cruzada anti-comunista» de Franco, Pío XI y Pío XII y el Episcopado Español. La historia muestra ahora mismo (1989-1992) quién tenía razón. Ante todo, el «anti» no autoriza para tildar a los Papas o a Franco de desinterés por la justicia social. Al contrario: han superado al Comunismo tanto en el orden de las intenciones como en el de las realizaciones eficaces. Si se insinúa que la peligrosidad del comunismo era obsesión excesiva ante un fantasma o «molino de viento», en esta hora de la ruina (por descomposición interna, no por ningún cataclismo o agresión exterior) se reconocen desde dentro lo que eran acusaciones del anti-comunismo: ateísmo disolvente, violencia inhumana junto con fracaso económico, espejismo trágico en la pretensión de obtener un hombre nuevo…). Los que en tiempos recientes ponderaban la humanidad y la bondad democrática de los comunistas, al mismo tiempo que confesaban las «monstruosidades» de Stalin, no deberían olvidar que Pío XI y. Franco y La Cruzada se defendían frente a esas monstruosidades.
También se censura a Pío XI por reducir al Comunismo fuerzas revolucionarias muy distintas; y en el caso de España, por magnificar el factor comunista, que -dicen-era «relativo y de escasa significación». La realidad está muy clara. Empezando por lo segundo, el Partido Comunista Español, que al comienzo era minoritario, luego con el patrocinio soviético y la connivencia de Negrín, presidente del Gobierno del PSOE, fue apoderándose de las palancas, tanto que al fin (marzo de 1939) parte del Ejército republicano, asistido por el marginado Besteiro (del PSOE) y otros, se rebeló. Volviendo a lo primero, todas las fuerzas revolucionarias omnipotentes en la zona roja, aunque parezcan distintas y tuvieran tantos enfrentamientos, se pueden resumir perfectamente por su ateísmo y su objetivo revolucionario en el término «Comunismo». Comunismo libertario o anarquista, por un lado; y por otro, Comunismo estatista, que comprende el Socialismo marxista y el Comunismo leninista-stalinista.
En España el vehículo del ideal soviético y la principal fuerza pro-rusa era precisamente el PSOE, que postulaba la Dictadura del proletariado e hizo la «Revolución de Octubre». El Profesor y gran mentor socialista Jiménez de Asúa proclamó en las Cortes Constituyentes de 1931 que se incluía entre los muchos que profesaban sinceramente «la doctrina que en Rusia se practica». Y antes, desde 1919, el moderado Profesor Julián Besteiro, siendo Vicepresidente del PSOE, justificó en el Congreso de los Diputados que el socialismo se hubiese proclamado comunista. «Nosotros somos comunistas, porque la distinción entre el comunismo y el colectivismo históricamente no tiene ningún valor»; el socialismo científico de Marx-Engels se expresa en el Manifiesto Comunista, que lo diferencia del socialismo utópico burgués; el PSOE cree que «pacíficamente no se resuelve el problema social». Y cantaba su admiración por los intelectuales revolucionarios rusos.