La importancia de la agricultura colonial fue advertida por la Corona, que desde el primer momento intentó no trasladar a América el modelo feudal especialmente en lo referente a la distribución de tierras. El deseo de la Corona se reflejó en las instrucciones de Carlos I a Hernán Cortés, en 1523.

Una Epopeya misionera

Padre Juan Terradas Soler C. P. C. R

 IV

FORMAS MAS EFICACES DE HACER RAZA Y TRABAJAR POR LA HISPANIDAD (6)

Ni es ajeno al oficio sacerdotal el de buen patriota que quiere para su pueblo la bendición de Dios de pinguedine terrae ¿No fueron los misioneros los que trajeron de España acá aperos y semillas y abrieron escuelas de artes y oficios? No había en América más que una espiga de trigo que tenían en su jardín los dominicos de La Española; cuando el Obispo Quevedo se queja a Las Casas de que no hay pan, contesta indignado el celoso misionero: “¿Qué son estos granos del huerto de los frailes?” Y en América hubo pan: al mísero cazabe sustituyó el pan candeal, el de los pueblos civilizados; este pan de Melquisedec y del Tabernáculo mosaico y de los altares cristianos en que Dios ha querido fundar el sacrificio, que es la salvación del mundo.

Pan copioso debemos pedirle a Dios y a nuestro mutuo esfuerzo, y con él toda bendición de la tierra.

Hace pocas semanas que la Unión Ibero-Americana circulaba en España una comunicación en que se quejaba de la decadencia del comercio español con las Américas, de la competencia ruinosa de otras naciones, de los errores cometidos por los exportadores nacionales, de lo difícil que será recobrar para España lo que por su culpa se perdió, e invitaba a las entidades del comercio español a una conferencia para el presente otoño. Señores: si cupiese en los ámbitos de mi jurisdicción, yo diría a la Unión Ibero-Americana: os envío mi bendición de Obispo español y quisiera que ella fuese prenda de todas las bendiciones del Cielo, para España y para América, en Orden a la conquista legítima de los bienes de la tierra. Y ojalá que al conjuro de esta bendición surgieran de nuestros arsenales las escuadras pacíficas de los transatlánticos y de los zepelines que, en su ir y venir de un mundo a otro, ataran las naciones de la hispanidad con el hilo de oro de la abundancia, y, al par que variaran en los puertos de ambos mundos los tesoros de sus entrañas, estrecharan cada día más los lazos espirituales que unen los pueblos de la raza. Que también en los banquetes, en que se refocilan los cuerpos, se comunican los espíritus y se fundan amistades duraderas.

Yo quería hablaros de las características de esta colaboración de España y América en la obra de hispanidad: del espíritu de continuidad histórica, porque la historia es la luz que ilumina el porvenir de los pueblos, y si rechazan sus lecciones, dejarán de influir en lo futuro, pues, como dice Menéndez Pelayo, ni un solo pensamiento original son capaces de producir los que han olvidado su historia; de este otro espíritu de disciplina, sin el que no se concibe una sociedad bien organizada, ni el progreso de un pueblo; porque la disciplina de reyes, hidalgos y misioneros, cualesquiera que sean las fábulas sobre nuestra colonización, supo imprimir el sello intelectual y moral de sus almas bien formadas, y de este otro, espíritu de perseverancia tenaz, sin el que sucumben y fracasan las empresas mejor concebidas y empezadas y que, en una elocuente parrafada, negaba nuestro Costa al genio español.

Pero prefiero hablaros, para terminar de lo que es todo esto junto, historia, disciplina de cuerpo y alma, perseverancia secular, que es la razón capital de la intervención de España en América y, por lo mismo, la razón de la historia hispanoamericana y que no podemos repudiar si queremos hacer hispanidad verdadera. Es el catolicismo, confesado y abrazado a todas sus esencias doctrinales y aplicado al hecho de las vidas en todas sus consecuencias de orden moral y práctico.