«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al Cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

El Consiliario

* La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo. Ya San Pablo advertía a Timoteo: “Combate el buen combate conservando la fe y la conciencia recta; algunos por haberlas rechazado, naufragaron en la fe” (1ª Tim. 1, 18-19).

* La fe es absolutamente necesaria para salvarse. El Señor Jesús lo manifestó con estas firmísimas palabras: “El que crea y sea bautizado, se salvará, el que no crea se condenará” (Mc. 16, 16).

* “La fe es el comienzo de la salvación del hombre, el fundamento y raíz de toda justificación, sin la cual es imposible agradar a Dios” (Concilio de Trento; D. 801).

* La fe sola no salva al creyente. Es necesario que a la fe acompañen la gracia santificante y las buenas obras. Se necesita la fe viva, “la fe que actúa por la caridad” (Gal. 5, 6).

* El malvado escucha en su interior un oráculo del pecado: “No tengo miedo a Dios, ni en su presencia”. Porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta y aborrecida” (Salmo 35).

* “La mujer que comete el crimen del aborto es terriblemente culpable. Pesará sobre su conciencia toda la vida, amargará su alna hasta la muerte” (Terzo)

* El Concilio ecuménico Vaticano II es el concilio que más ha hablado de la Virgen María. En el Concilio Vaticano II se proclamó a la Virgen Madre de la Iglesia. Otra cosa es la revolución posconciliar.