


07 Jueves Feb 2019
Posted Oraciones
in07 Jueves Feb 2019
Posted Artículos - Contracorriente
inCarlos León Roch
¡Nuevos beatos en nuestra Diócesis!
La Diócesis de Cartagena (España) ha celebrado el viernes día 1 de febrero un hito extraordinario presidido por el Sr. Obispo: la solemne consagración de las reliquias de los SIETE mártires cartageneros, víctimas de la persecución de 1936-39 en la capilla dedicada expresamente a ellos, como lo era, hasta ahora, a todos los Caídos por las mismas causas y en el mismo periodo de tiempo.
Desde la Edad Media, con nuestros carismáticos santos San Leandro, San Isidoro, San Fulgencio y Sta. Florentina, estos beatos que ahora festejamos en su martirio vienen a enriquecer de santidad nuestra diócesis cartagenera, nuestra Iglesia primogénita de España.
Estos beatos realizaron actos heroicos y generosos en los que unos pusieron el “acento “en la fidelidad a la causa de la Iglesia, y otros “también” en el de España… y para sus asesinos sin ningún matiz, sin ninguna distinción.
Porque ¿qué diferencia esencial existe en el mártir, que muere en defensa de creencias religiosas, y el Caído, que lo hace en la de una Causa? Y, en cualquier caso, ambas condiciones (mártires y caídos) se corresponden con acciones heroicas. Tres sustantivos casi sinónimos.
Nuestros siete mártires de la familia Vicentiana fueron “elegidos” para el martirio por su fe, cultivada en la entrañable Asociación de Hijos de María. En rigurosa Causa de la Beatificación, tan fiel y extensamente recogida en el libro Mártires de la Familia Vicentiana. España 1936-1937 se corrobora la comunión en el martirio con ilustres personajes seglares como el exalcalde de Cartagena Alfonso Torres. Uno de los muchos apellidados “Carlos Roca” asesinados, el prócer José Maestre, el popular farmacéutico Mustieles. Muy jóvenes todos, mueren por no renunciar a sus creencias, aunque en sus patéticos “juicios populares” son acusados de “alzarse contra la república y de adhesión a la rebelión militar”.
Y el propio beato Pedro González Andreu, ya en trance de su inmediato sacrificio afirma públicamente que “moría por Dios y por España”. Muchos alabamos al Señor por concedernos estos nuevos beatos a quienes encomendar nuestras rogativas, a quienes orar en demanda de la Paz y del Reino. Bienvenidos a su casa, a su Diócesis, mártires por Dios y por España. Bienvenidos Beatos de la FE.
07 Jueves Feb 2019
Posted Mojones
inMontserrat
Uno de los planteamientos que presentan carácter de emboscada es el que aplica el esquema interior-exterior a las relaciones que median entre religión, ética y política. A menudo se considera incuestionable que lo religioso y lo ético constituyen una vertiente interior, privada, de cada individuo, y que lo social y político se dan en una esfera exterior al mismo. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
¿Por qué le hemos de hacer a la Revolución el servicio de pregonar sus glorias infaustas? ¿A título de qué? ¿De imparcialidad? No, que no debe haber imparcialidad en ofensa de lo principal, que es la verdad. Una mala mujer es infame por bella que sea, y es más peligrosa cuanto es más bella. ¿Acaso por título de gratitud? No, porque los liberales más prudentes que nosotros, no recomiendan lo nuestro aunque sea tan bello como lo suyo, antes procuran obscurecerlo con la crítica o enterrarlo con el silencio. (Sardá y Salvany – El liberalismo es pecado)
El concepto de realeza lleva a entender la política como “gobierno prudente que persigue el bien común”, según la síntesis de Castellano. Los términos del concepto no son antojadizos: “gobernar”, se ha dicho con Santo Tomás, es la conducción conveniente de los gobernados al fin debido, al fin apropiado a su naturaleza; el “bien común” es -se dirá a continuación- el fin específico de la comunidad política; y “prudente”, respecto del mando político, quiere decir “la recta razón en el obrar” en atención del fin. Luego, concluye Danilo Castellano, la política como gobierno prudente lo es respecto de los medios y no del fin, pues éste ella no lo pone sino que lo toma de la naturaleza misma. (Juan Fernando Segovia – Verbo)
El Tratado de París ha sido el epitafio de la integridad de la Patria. Y ¿qué eran Rizal, Aguinaldo, Máximo Gómez, Maceo y Quintín Banderas, y los hombres del gabinetillo autonomista y sus congéneres, que vuelven a ensangrentar la Manigua? ¿Reaccionarios? ¿Tradicionalistas? Todos eran liberales, y laicistas, y francmasones, apuntados con tres puntos en los registros de Morayta, y en los de Filadelfia. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)
El menos original -o el más clásico, según se mire- de estos tres exégetas del marxismo es Labriola que, basándose en el Anti-Dühring de Engels, biblia del materialismo dialéctico, sostiene que las ideas se explican a partir de la estructura económica. Para Gentile, en cambio, son las ideas las que crean la historia. Ambos coinciden en una cosa importante: en que el marxismo es una filosofía de la historia, y esta convicción común los diferencia de Croce, para quien el marxismo no es más que una ideología, es decir, una técnica de dominio. Puede decirse que Labriola afirma el marxismo teórico, Croce lo niega y Gentile trata de conciliarlo con la realidad histórica, que es, ni más ni menos, lo mismo que luego trataría de hacer Gramsci. (Aquilino Duque – Razón Española)
Esto sucede porque “quienes ignoran el pasado pueden ser más fácilmente engañados y controlados en el presente por ideólogos ávidos de poder, o por sus propios peores impulsos”. Esta ignorancia se ve fomentada por los gobiernos totalitarios o secularistas democráticos pero que en realidad demuestran crecientes tendencias totalitarias. Es particularmente preocupante la ignorancia histórica en los Estados Unidos, entre los que se encuentran muchos católicos. Aun entre los católicos de cierta educación son pocos los que cuentan con una información de cierta precisión sobre la historia de la Iglesia. (Mons. Ignacio Barreiro Carámbula – Verbo)
Siento que moras en mí con el Padre y el Espíritu Santo o más bien siento que yo vivo en Ti, oh Dios inimaginable. Siento que me disuelvo en Ti como una gota en el océano. Siento que estás fuera de mí y en mis entrañas, siento que estás en todo lo que me rodea, en todo lo que me sucede. Oh Dios mío, Te he conocido dentro de mi corazón y Te he amado por encima de cualquier cosa que exista en la tierra o en el Cielo. Nuestros corazones se entienden mutuamente, pero ningún hombre lo comprenderá. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
07 Jueves Feb 2019
Posted P. Manuel Martínez Cano
inPadre Manuel Martínez Cano, mCR.
Los de la autonomía de la conciencia, los que afirman y viven en el convencimiento de que el criterio supremo de la moral es la conciencia, viven en contradicción con la moral católica. San Pablo VI, advirtió: “Pero es necesario, ante todo, destacar que la conciencia, por sí misma, no es el árbitro del valor moral de las acciones que ella sugiere. La conciencia es intérprete de una norma interior y superior; no la crea por sí misma”. “En segundo lugar debemos observar que la conciencia, para ser norma válida del obrar humano, debe ser recta, esto es, debe estar segura de sí misma y verdadera, no incierta, ni culpablemente errónea. Lo cual, desgraciadamente, es muy fácil que suceda, supuesta la debilidad de la razón humana abandonada a sí misma, cuando no está instruida”.
En otra ocasión San Pablo VI dijo: “Quien no tiene en cuenta la ley del Señor, sus mandamientos y preceptos, y no los siente reflejados en su conciencia, vive en gran confusión y se convierte en enemigo de sí mismo”.
Debemos distinguir la conciencia psicológica de la conciencia moral. La conciencia psicológica es el conocimiento intelectual, íntimo, que la persona tiene de sí misma y de sus actos. La conciencia moral es la misma inteligencia humana que hace un juicio práctico sobre la bondad o malicia de sus actos. Santo Tomás de Aquino enseñaba: “La conciencia es un juicio por el que la propia razón dictamina, a base de los principios de la moralidad, sobre la licitud o ilicitud de lo que el hombre concretamente ha hecho, está haciendo o va a hacer inmediatamente”.
El Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 16 enseña: “El hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente… Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad”. Remitiendo a este pasaje del Concilio, decía San Juan Pablo II: “Formar la conciencia significa descubrir con claridad cada vez mayor luz que encamina al hombre a lograr en la propia conducta verdadera plenitud de su humanidad”.
Para formar bien la conciencia nos ayudará mucho el examen de conciencia diario y la práctica de la verdadera humildad de corazón, ya que sólo el humilde se conoce perfectamente a sí mismo, porque la humildad es la verdad. Y la verdad es que en muchas ocasiones no hemos sido sinceros con Dios, ni con el prójimo, ni con nosotros mismos.
Los principales medios sobrenaturales para formar la conciencia son tres: la oración, la práctica de la virtud y la frecuente confesión sacramental. Para formar bien la conciencia es necesario levantar con frecuencia el corazón a Dios en la oración. Pedirle que nos ilumine en la recta apreciación de nuestros deberes para con Él, para con el prójimo y para con nosotros mismos.
La liturgia de la Iglesia está llena de peticiones, tomadas a veces de la Sagrada Escritura: “Dame entendimiento para aprender tus mandamientos” (Sal. 118, 73); “Enséñame a hacer tu voluntad, pues eres mi Dios” (Sal. 142, 10).
La práctica intensa de la virtud crea la rectitud de juicio y una conciencia delicada y exquisita. Por el contrario, no hay nada que aleje tan radicalmente de toda rectitud moral como el envilecimiento del vicio y la degradación de las pasiones. San Pablo advierte que “el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente” (1ª Cor 2, 14).
La confesión frecuente es un medio sobrenatural eficacísimo para la cristiana formación de la conciencia. La confesión frecuente obliga a practicar un diligente examen previo, para descubrir nuestras faltas, y aumenta nuestras luces con los sanos consejos del confesor, que disipan nuestras dudas, aclaran nuestras ideas y nos empujan a una delicadeza y pureza de conciencia cada vez mayor.
San Agustín escribe: “La alegría de la buena conciencia es como una anticipación del paraíso”.