
Publicado por manuelmartinezcano | Filed under Artículos - Contracorriente
21 Jueves Feb 2019
21 Jueves Feb 2019
Año Jubilar de la Misericordia
En la bula de convocación del Año Jubilar de la Misericordia, el Papa Francisco nos recuerda que “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación”. La M. María Félix tuvo una experiencia muy profunda de la misericordia de Dios y por eso, al hacer una lectura de su vida, lo que subraya en sus escritos autobiográficos es este amor misericordioso que la envuelve y la rodea en cada una de las circunstancias de su vida.
“En esta senda gris de mi vida humana he rebasado el vaso de mi iniquidad y he destruido, he desedificado (…). Y sobre esta senda gris, miserable, se ha filtrado algún rayo de luz divina y a su conjuro y por su poder he edificado, como edifica el instrumento en manos del artista; y he sido portadora de reflejos de Dios, como refleja al sol un trozo de lata tirada, un cascote de vidrio perdido entre las escorias de un muladar.
De este plano terreno, no quisiera contar nunca nada. Los contactos mutuos entre la tierra y yo son como los círculos concéntricos que se dibujan sobre una superficie de agua azotada por la caída de una piedra: una vibración comunicada y después nada. Nada aquí abajo. Sombra que pasa. El valor de las acciones humanas y su realidad trascendente quedan únicamente incorporados al plano superior y espiritual del camino que recorre el alma.
Pero, por fuerza al hacer historia, he de hablar de aquellos seres que el Señor ha puesto junto a mí acá abajo. Son instrumentos de su Providencia o trozos mismos de esta Providencia. Algunos seres -personas, cosas, circunstancias- son o han sido astillitas, partículas de mi cruz y los amo como amo a mi cruz, y amo a la cruz tanto más cuanto más amo a Dios. Y el recuerdo de la cruz -¡pequeñísima cruz de verdad!- sostenida sobre mis hombros -¡debilísimos hombros de quien sufre enanismo ante la virtud! viene a mí con un sentimiento pleno y realísimo de un gozo sereno y equilibrado que robustece mi espíritu; viene a mí con un sentimiento de amor y gratitud a cada una de sus astillitas, sin mezcla alguna de amargura (…).
La divina Providencia, que me ha dado una cruz pequeñísima, me ha dado en cambio un tesoro inmenso de alegrías, de goces, de amor, de compañía, de amistad, de ayuda, de comprensión y de delicadezas sin número a través de las personas, de las cosas, de las circunstancias que desde la cuna hasta el presente me han rodeado. Ante el capítulo de personas ¡cómo se abren y se ensanchan mis brazos para abrazarlas a todas y ponerlas en mi corazón para siempre! ¡Qué ternura siento por mis padres, por mis hermanos y por todos mis familiares: aquellos que me mecieron sobre sus rodillas; aquellos que yo he mecido sobre las mías! ¡Con qué efusión recuerdo a aquellas compañeras de mi infancia, a aquella juventud alegre y sana con la que confraternicé en las aulas universitarias, a tantas y tantas personas que me han brindado su amistad franca, de tonos gratísimos! Y, ¿qué diré de todos aquellos que con amor me han abierto los tesoros de su inteligencia y de su corazón? Mi gratitud se desborda ante ellos: mis maestras, mis profesores, mis mentores, mis protectores. Y con un lazo estrechísimo me siento unida a aquellas personas con las que he colaborado en obras de apostolado y a su recuerdo me vienen sentimientos de admiración, de gratitud y respeto; y me siento obligada con amor vigilante, celoso y levantado a Dios, con aquellas otras que el Señor en cierta manera me ha encomendado: ¡cuánto amo a mis catecúmenas, a mis dominicales, a mis pobres, mis obreras, mis universitarias y mis colegialitas!
Hay otro grupo de personas que forman capítulo aparte: son mis directores espirituales, mis hermanas de religión, mis Superiores eclesiásticos y mi Santo Padre, el Papa, el Vicario de Jesucristo en la tierra. A estos les amo tanto, tanto, que en cierta manera les amo tanto como a Dios, porque no puedo amar a ellos sin amar a Dios, ni puedo amar a Dios sin amar a ellos. Mi amor a Dios y mi amor a ellos son como las ramas de vasos comunicantes: al crecer el nivel en uno crece al igual el nivel en el otro. Es que es un amor de orden sobrenatural”.
Publicado por manuelmartinezcano | Filed under Artículos - Contracorriente
21 Jueves Feb 2019
Posted Mojones
inMontserrat
Existencia éticamente valiosa es aquella que no se recluye en sí misma, ni se entrega al servicio de sus propios intereses, sino contribuye a crear con las demás campos de juego en que alcanzan toda su plenitud. La teoría de la creatividad muestra con nitidez que la actividad ética y la religiosa no son ni interiores ni exteriores, sino ambitales, relacionales. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
Del P. Faber, a quien no se tachará de poco ilustrado, intercalamos aquí un precioso fragmento a propósito de sus famosos compatricios Milton y Byron. Decía así el gran escritor inglés, en una de sus hermosísimas cartas: “No comprendo la extraña anomalía de las gentes de salón, que citan con elogio a hombres como Milton y Byron, manifestando al mismo tiempo que aman a Cristo y ponen en Él toda esperanza de salvación. Se ama a Cristo y a la Iglesia, y se alaba en sociedad a los que de Ellos blasfeman; se truena y se habla contra la impureza como cosa odiosa a Dios, y se celebra a un ser cuya vida y obras han estado saturadas de ella. (Sardá y Salvany – El liberalismo es pecado)
La política persigue el logro del bien humano que, siendo del hombre, lo es también de la ciudad; es por eso un “bien común”, el bien que es “actualización de la naturaleza humana”, que reconoce la diversidad humana y la une; y así, siendo común, es “afirmación de pluralidad”. Por eso Rosmini -recordado por Castellano- sostenía que el bien común es el verdadero bien humano (la virtud) que, siendo propio de cada hombre, es común a todos los hombres. Ningún fin convencional es compatible con la naturaleza humana, porque ésta no lo consiente en tanto no puede satisfacer las exigencias de esa naturaleza, de donde se sigue que el fin de la política no puede ser nunca un bien ajeno a la naturaleza humana. (Juan Fernando Segovia – Verbo)
Los liberales españoles no tienen derecho a hablar de la unidad nacional, que han disuelto, ni de la integridad de la Patria, que han mutilado. Y esto debería abrir los ojos a muchos que parece que tienen miedo a la luz, para ver que España no hay más separatistas que los partidos liberales. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)
Si la Teodicea es la justificación de Dios por la razón, la “teodicea inmanente” de Croce viene a ser la justificación por la razón de la burguesía liberal. El historicismo de Croce es, pues, puramente descriptivo, o sea justificatorio del status quo y, al considerar la filosofía una ciencia del espíritu, no puede reconocer carácter de filosofía de la historia a una filosofía que da primacía al momento económico. (Aquilino Duque – Razón Española)
Esta ignorancia de la historia y de la doctrina católica lleva a muchos católicos “conservadores” de los Estados Unidos y de otros países a entrar en acuerdos y compromisos inaceptables con los herederos intelectuales de la Ilustración o con los representantes contemporáneos del liberalismo decimonónico. Un ejemplo claro de estas deformaciones es la aceptación por parte de un sector de católicos “conservadores” en los Estados Unidos de parte de la doctrina “libertaria”. (Mons. Ignacio Barreiro Carámbula – Verbo)
Contra su escabel se estrellan todas las emboscadas del enemigo. En estos momentos de la unión Dios me sostiene con su poder; me da su poder, y me capacita para amarlo. El alma nunca lo alcanza con sus propios esfuerzos. Al comienzo de esta gracia interior, me llenaba el miedo y empecé a guiarme, es decir dejarme llevar por el temor, pero poco después el Señor me dio a conocer cuánto eso le desagradaba. Pero también esto lo decidió Él Mismo, mi tranquilidad. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
21 Jueves Feb 2019
Posted P. Manuel Martínez Cano
inPadre Manuel Martínez Cano, mCR.
A mis amigos y “enemigos”, recuerdo este anatema del Concilio Vaticano I: “Si alguno dijere que podría suceder que los dogmas propuestos por la Iglesia puede dárselas alguna vez, conforme al progreso de la ciencia, un sentido distinto de aquel que entendió y entiende la Iglesia, sea anatema”. Tranquilos, si os han engañado no os llega la condenación. A estudiar ¡tocan!
León XIII, en su encíclica Sapientiae Cristianae, afirma tajantemente: “De lo cual se sigue la absoluta necesidad de abrazar con igual asentimiento todas y cada una de las verdades, cuya revelación divina está probada. Negar el asentimiento a una sola de estas verdades equivale a rechazar todas”.
Y vuelve a recordarnos en Satis cognitum que: “El que en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios como suprema verdad y motivo propio de la fe”.
Y, como no es verdad, que el Concilio Vaticano ha cambiado la fe tradicional de la Iglesia, transcribo estas palabras de la Gaudium et spes: “Una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea, sus verdades, y otra cosa es el modo de formularlas, conservando el mismo sentido y el mismo significado”.
Cristo dice que el gran obstáculo para conocer la verdad religiosa es la vida inmoral: “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz porque sus obras no sean reprendidas” (Jn 3, 20). Seamos astutos y sencillos para no meternos en ocasiones de pecado. Los siete pecados capitales se difunden por muchos medios de comunicación social. Un párroco nos ha dicho que conoce casos de sacerdotes que se han “perdido” por el móvil, por las inmoralidades que ven en el móvil. Después de la corrupción moral sigue la corrupción doctrinal.
Muchos eclesiásticos han sido deformados por la razón práctica de Kant (1724-1804) que se independiza totalmente de la razón teórica. La conciencia moral se libera de todos los dogmas. No razona, impone su criterio.
Sí, “Hay que vivir como se piensa, porque si no, pronto o tarde se termina pensando como se vive” afirma la máxima. Debemos vivir como nos enseñó Jesucristo y creer en todo lo que enseña en el Evangelio. No fiarnos solo de nosotros mismos, porque el mundo, el demonio y la carne, tiran. Vivir santamente.
Se trata de vivir en humildad. Y humildad es vivir en la verdad, como nos dice nuestra Santa Teresa de Jesús. Cristo quiere que conozcamos y vivamos en la verdad: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32). San Pablo le escribe a Timoteo: “Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (Timoteo 2, 3-4). Los que han caído en las redes de la secta “humo de Satanás”, si quieren salvarse, tienen que volver a la verdad y vivir bien, como lo manda la Santa Madre iglesia en todos los tiempos.