



03 Domingo Feb 2019
Posted Artículos - Contracorriente
in03 Domingo Feb 2019
Posted Artículos - Contracorriente
inMaría Félix disfrutó mucho durante sus años universitarios. Los estudios y diversión con sus compañeros, propios de la edad, se unían en ella a una intensa vida espiritual y apostólica. Sus preferidos eran los pobres. En Zaragoza, donde estudió Ciencias Químicas, promovió entre sus amigos el apostolado con los más necesitados y respondió vigorosamente a los ataques contra la fe que recibía de algunos de sus compañeros.
Con las chicas de la escuela, con las familias de aquel barrio y con cuantas pobrecitas podía establecer contacto, gozaba mucho. Se lo daba todo. Mis padres me mandaban dinero para reponer mi ropa, para gastos y libros. Apartaba el importe de la pensión y el de algún libro más necesario y todo lo demás iba a pasar al tesoro de Dios.
Para mayor comodidad, abriéronme mis padres una cuenta corriente, creo que en el Banco de Aragón. Hiciéronme una transferencia, en una ocasión, de bastante dinero para comprarme una serie de trapos y vanidades, porque pensaban ir a pasar las vacaciones de Semana Santa a un pueblo de la provincia de Logroño, invitados por unos amigos, y querían que les acompañase y querían que luciese.
Llegaron mis padres a Zaragoza. Quisieron examinar mis galas y sólo pude mostrarles algún vestido y algún sombrero ajadísimo y los zapatos rotos. También un bolso desvencijado y nada más, porque ni guantes tenía… Se disgustaron mucho. A gran velocidad me encargaron lo necesario y, como vieron que en la cuenta corriente no quedaba ni una peseta, la cerraron y en paz. Fuimos a aquel pueblo, lo pasé muy bien…
En la Universidad también era muy feliz. Mis compañeros de curso eran todos congregantes menos dos, un pobre ateo, cojo de cuerpo y de alma, y un tentado con misantropía. En las clases de prácticas nos lo pasábamos muy bien. Mientras se separaban los líquidos por destilación, o se filtraba un precipitado, o en el crisol fundía un metal, o en operaciones similares, nos juntábamos a charlar los de unas secciones con los de otras…
“Y ¿por qué es pecado comer carne en días de abstinencia y no lo es en los otros? -me lanzaba el ateo en el ruedo que formaban los compañeros-. ¿Por qué un niño pequeño, sin haber hecho nada de bueno, ni meritorio, si muere va al cielo? ¿Por qué…?”, etc.
Lo más vivo, lo que más ensanchaba el círculo en nuestra sección, eran los “embates de Luzbel contra el Arcángel”. Así llamaban mis compañeros a aquel alud de porqués que me arrojaba el inquieto y pobre lisiado.
Pero aquellos laboratorios no sólo presenciaron competiciones apologéticas. Los chicos organizaban partidos de fútbol con corchos y bolas de trapos, y también corridas de toros en las que el toro y el torero eran de la misma especie y por eso se turnaban. Las tres chicas (en toda la Facultad sólo había tres mujeres) siempre presidíamos el partido, o la corrida, sentadas sobre una mesa.
El otro compañero no congregante, el misántropo, siempre quería acompañarme a solas para repetirme por milésima vez sus tentaciones contra la fe, sus angustias religiosas, sus depresiones, etc. Le ayudaba cuanto podía y quería que buscase Director espiritual. Pero pronto el que vino como enfermo quiso ser médico y pretendió curarme de mis “demasías” religiosas. Me leía poesías filosóficas, novelas como El Obispo Leproso de Miró, cantares de Machado, trozos de otros autores que no recuerdo, pero que dejaban pesimismo y amargura en el alma y querían sustituir el rutilante y vivificador sol de la convicción religiosa por la mortecina, vacilante y fría luz del candil astroso del materialismo alimentado por un racionalismo inexistente en sí.
Claro está que esa luz tenía cambiantes como fuego de bengala, ofrecía fuegos como de pirotecnia, y observé que placenteramente atraía mi atención. Algunas cosas eran bellas en la forma; otras tenían una intención aguda y hacían sonreír como una chispa de ingenio. En aquel campo, el pensamiento no profundizaba en la verdad; pirueteaba sobre ella como danzante con patines sobre pista de hielo, grácil, ligero, bello tal vez, pero inconsistente, huero, incapaz de un análisis serio; tan pobre de contenido como los porqués del infeliz ateo. Luché contra la falaz atracción y cerré los oídos a aquel canto de sirena…
Mis compañeros me acompañaban casi a diario a las Esclavas y al dejarme en la puerta me decían: “Prenderemos fuego al convento, para que se acaben las monjas”. “Avisadme -replicaba en el mismo tono- para que entre antes y pueda quemarme en él como víctima por vuestros pecados; porque os quiero a todos, y quiero que Dios os perdone”.
03 Domingo Feb 2019
Posted Sintonía con la jerarquia
inPodríamos resumir el Evangelio de hoy (Mt 1, 18-24) diciendo que José es el hombre que sabe acompañar en silencio y el hombre de los sueños. En las Sagradas Escrituras conocemos a José como un “hombre justo”, observante de la ley, trabajador, humilde, enamorado de María. En un primer momento, ante lo incomprensible, prefiere quedarse aparte, pero luego Dios le revela su misión. Y así José abraza su tarea, su papel, y acompaña el crecimiento del Hijo de Dios en silencio, sin juzgar, sin criticar, sin murmurar.
Queridos hermanos sacerdotes, quiero dirigirme a ustedes específicamente. El santo Sacrificio de la Misa es el lugar donde encontrarán la luz para su ministerio. El mundo en el que vivimos nos reclama constantemente. Estamos constantemente en movimiento, sin tener cuidado de detenernos y tomarnos el tiempo para ir a un lugar desierto a descansar un poco, en soledad y silencio, en compañía del Señor. Existe el peligro de que nos consideremos como “trabajadores sociales”. Entonces, no traemos la Luz de Dios al mundo, sino nuestra propia luz, que no es lo que los hombres esperan de nosotros. Lo que el mundo espera del sacerdote es Dios y la luz de su Palabra proclamada sin ambigüedad ni falsificación.
Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, afirmamos: La economía crece continuamente y muchas familias y comunidades en el mundo, han disfrutado y experimentado la llegada de importantes beneficios para ellas. Sabemos, por otro lado, que siendo la economía, uno de los pilares más visibles de este proceso globalizador, es también la que más hondos sufrimientos ha traído a muchas personas. Las cifras que arrojan cada día los mercados no son sólo números o gráficas; son muchas historias humanas de dolor y desesperación que se viven a diario en el mundo por falta de salud, educación, viviendas indignas y los más elementales derechos para una vida decorosa.
Los medios de comunicación lo presentan, muchas veces, como un modo de divertirse y como una forma de realizarse la persona. La Sagrada Escritura, que de sentido común y humanidad nos puede enseñar mucho, dice: “El que cava una fosa se cae en ella, y al que derriba la tapia le muerde una serpiente” (Eclesiastés, 10, 8). Todo lo que podamos evitar revertirá en bien, pero todo lo que permitamos de forma pendenciera revertirá en mal.
Por su índole natural la unión amorosa del varón y de la mujer en el matrimonio está orientada, con la bendición de Dios, a la procreación y educación de los hijos (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 50). De esta manera de la comunión esponsal y de la procreación de los hijos se derivan una serie de consecuencias importantes para la familia y para la sociedad. La primera de ellas es que la familia, como comunidad amplia de personas, tiene su origen en el matrimonio entre un varón y una mujer, iguales en dignidad, y que por su diferencia sexual llegan a la complementariedad y por ella a la procreación y educación de los hijos.
La familia es el lugar más apreciado por todos. En ella nacemos, somos amados de manera gratuita, vamos creciendo, y siempre es el lugar al que acudir para cualquier eventualidad, sea para compartir la alegría de un éxito como para compartir los contratiempos y desgracias de la vida. La familia es el nido, es el hogar, es la pequeña comunidad donde el sujeto crece sano porque es amado sin medida.
De esta distribución y ordenación -por edades- de los documentos, necesariamente se sigue que ya no pueden atribuirse los Libros Sagrados a los autores a quienes realmente se atribuyen. Por esa causa, los modernistas no vacilan a cada paso en asegurar que esos mismos libros, y en especial el Pentateuco y los tres primeros Evangelios, de una breve narración que en sus principios eran, fueron poco a poco creciendo con nuevas adiciones e interpolaciones, hechas a modo de interpretación, ya teológica, ya alegórica, o simplemente intercaladas tan sólo para unir entre sí las diversas partes.
03 Domingo Feb 2019
Posted Dominicas
inEl Párroco
* Hay una “locura de amor, de amar que no calcula, que no razona, que corre sin descanso en pos del Salvador” ( Beata Teresa de Montaignac) ¡Todos locos! Al estilo de los santos.
* La conciencia individual subjetiva no es la norma suprema de la moral, como enseña bastantes clérigos en nuestros días. La norma suprema y objetiva de la moral es la Ley de Dios.
* San Juan de la Cruz decía: “Nunca oiga flaquezas ajenas; y si alguna se quejare a ella de otra, podrále decir con humildad que no le diga nada”. El padre Alba nos decía que hiciéramos lista de las virtudes que vemos en los demás.
* Hay quienes atacan a Concilio Vaticano II en nombre de la Tradición. Les pregunto: ¿Qué Concilios se han estudiado ustedes? En ellos está compendiada la Tradición de la Iglesia. Una síntesis que está al alcance de todos es: “El Magisterio de la Iglesia”, de Enrique Denzinger.
* Alguien ha dicho que debemos odiar la verdad. El error no tiene ningún derecho ante la verdad. La verdad, que algunos desconocen o la “odian”, nunca pierde sus derechos. Sólo la Verdad nos hace libres. El odio desnaturaliza al hombre y lo pone en el camino del infierno.
* San Francisco de Asís pasó toda una noche repitiendo: “Dios mío y todas mis cosas”. Y Dios contentísimo. Jesús pidió a Santa Margarita María de Alacoque le acompañara una Hora Santa del jueves al viernes para consolarle y “mitigar la amargura que Él sintió en el Huerto”. ¡El Sagrado Corazón siente nuevo gusto y nuevo consuelo!