

Recapitulada por el P. Cano
– EL PAPADO BAJO LA OPRESIÓN DE LOS NOBLES
Con el primer Papa alemán Gregorio V (996-999), hombre de gran prestigio, empieza la renovación de la Iglesia; le siguió Silvestre II (999-1003), primer Papa francés, que gobernó bien a la Iglesia; pero con la muerte de Otón III (1002) y Silvestre II (1003) se inicia un nuevo período de calamidades.
Los tres Papas siguientes (1004-1012), aunque no fueron personas indignas, estuvieron bajo la más férrea dependencia de Johannes Crescentius el Joven. Desde 1012 se apoderó de la Sede Pontificia la familia de los condes de Túsculo, descendientes de las Teodoras. Benedicto IX (1032-1044) renovó la vergüenza y deshonra del Pontificado; era hijo de Alberico de Túsculo y fue elevado a la Sede Apostólica a los diecisiete años.
En el año 1046, con la elección de Clemente II, se inicia una era de paz y prosperidad para la Iglesia. La intervención del Emperador Enrique III fue decisiva para el bienestar de la Iglesia. Sin embargo, con el buen fin de evitar en el futuro la intervención de las familias nobles en el Pontificado, obtuvo el derecho de Principado: a partir de entonces no se podía elegir al Papa sin contar con él. Este derecho dio ocasión después a muchos enfrentamientos entre los Papas y los Emperadores.
Desde la elección de León IX (1049) hasta los principios del Pontificado de Gregorio VII (1073) ocuparon la Sede Pontificia varios Papas que elevaron a gran altura el prestigio del Pontificado.
– DECADENCIA Y RENOVACIÓN DE LA VIDA MONÁSTICA
Los monasterios de la segunda mitad del siglo VIII y todo el siglo IX iban a la cabeza de la civilización cristiana. Gracias a los monjes se conservó la cultura clásica.
La decadencia del Siglo de Hierro (siglo X) trajo consigo la relajación de muchos monasterios. Algunos siguieron firmes en la observancia de la Regla de sus fundadores, como los monasterios de Corbie, Fulda, Bobbio, Montecasino.
La reforma de los monjes de Cluny fue la más profunda y la de mayores consecuencias en la Iglesia. Su influjo no se redujo a los claustros monacales, llegó hasta el Pontificado y a todas las instituciones eclesiásticas.
Berno tomó la dirección del pequeño monasterio de Cluny en el año 910; introdujo la regla de San Restituto en toda su pureza. Desde un principio obtuvo la exención que le hacía depender directamente del Papa.
El sucesor de Berno, Odón (926-942), fue el tipo de abad como deseaba San Benito. Pronto acudieron a Cluny muchos monjes y se adhirieron otros monasterios que quedaban sujetos a la obediencia del abad de Cluny.
Los abades siguientes Mayolo (948-994), San Odilón (994-1049), San Hugón (1049-1109) continuaron la brillante expansión de Cluny. Con el abad Hugón llegó la reforma a su apogeo. A principios del siglo X la congregación contaba con 2.000 monasterios esparcidos por toda la Cristiandad.
– LAS ÓRDENES CAMALDULENSES Y VALEUMBROSA
El abad Romualdo se retiró el año 999 para hacer vida de ermitaño. Fue el inicio de una nueva orden, los camaldulenses, que introduce un elemento nuevo en la vida religiosa: el silencio absoluto. Vestían un hábito blanco de lana. La orden fue aprobada por Alejandro II en el año 1072.
Juan Gualberto fue un monje que vivió primero en un monasterio benedictino y después con los camaldulenses. Buscando una vida más contemplativa, se retiró el año 1030 a un valle denominado Acqua Bella y más tarde Valle Ombrossa. Allí se le unieron algunos compañeros; con ellos fundó una nueva orden, los monjes de Valleumbrosa, cuya vida se caracteriza por el riguroso silencio y la contemplación; los monjes no podían abandonar el monasterio.
– EL ADOPCIONISMO
El autor del adopcionismo fue Elipando IX, arzobispo de Toledo. Enseñaba que el Hijo de Dios tomó por adopción la naturaleza humana. Decía que Cristo, como hombre, era hijo adoptivo de Dios Padre; pero, por su divinidad, Cristo era hijo natural de Dios. Admitía así dos hijos, dos personas (nestorianismo), aunque negaba el calificativo de nestoriano. Bien pronto ganó muchos adeptos, entre ellos, el obispo Félix de Urgell.
Se enfrentaron a la herejía el abad Benito de Liébana y su discípulo Eterio, obispo de Osma. La polémica fue muy viva desde el principio, pues Elipando empleaba contra sus adversarios un lenguaje duro y despectivo.
Adriano I mandó celebrar un concilio en Frankfurt, el año 974. El concilio condenó el adopcionismo. El Emperador envió clérigos para que instruyeran debidamente al pueblo de Urgell. Se convirtieron muchos fieles y el mismo Félix, que abjuró de su error, (murió en Lyon el año 816).
Elipando permaneció en la herejía hasta el fin. Con la muerte de los dos cabecillas se extinguió, poco a poco, la herejía.