Recapitulada por el P. Cano
– VIDA RELIGIOSA DEL PUEBLO
El clero bajo, procedente en su mayor parte de las clases humildes, era más bien rudo y tenía una formación eclesiástica deficiente; con frecuencia caía en la simonía y el concubinato. El clero alto era excesivamente mundano y muy entregado a escuelas catedralicias y monacales. A ambos cleros se le impuso la obligación de administrar los sacramentos y gobernar debidamente sus parroquias.
Los pueblos germanos recientemente convertidos, continuaron durante mucho tiempo con algunas costumbres paganas. Los sínodos nacionales tuvieron que corregir frecuentemente ciertas prácticas supersticiosas. El concilium Liftinense, dirigido por San Bonifacio (743), compuso un célebre “Indiculus superstitionum» contra las prácticas de magia, adivinación, amuletos, brujerías, etc. Sin embargo, no faltaron ni entre el episcopado ni el clero, verdaderos modelos de sacerdotes y reformadores.
Estos datos desfavorables de la situación del Cristianismo no deben hacer olvidar los puntos luminosos y favorables. Entre los que sobresale el sentido religioso del que estaba imbuida la sociedad cristiana medieval; la gran floración de monasterios y órdenes religiosas que se llenaban de hombres y mujeres dedicados al servicio de Dios que culminó en un aumento espectacular de las obras de caridad, asilos y hospitales, que serían la base de las órdenes hospitalarias de los siglos siguientes.
– HACIA EL CISMA DE ORIENTE
Desde antiguo se habían ido marcando las diferencias entre los cristianos orientales y los occidentales. La cuestión de las imágenes, la formación del Imperio Occidental y las discusiones sobre el “filioque” aumentaron esta tensión en el siglo VIII. El ambiente estaba preparado para una ruptura en el siglo IX, que se hizo definitiva en el siglo XI.
El año 857 fue desterrado Ignacio, Patriarca de Constantinopla, por no ceder ante las injustas exigencias de Bardas. Su lugar lo ocupó el ambicioso e intrigante Focio que en pocos días pasó de simple laico a obispo. Enterado el Papa Nicolás I, privó a Focio de su dignidad sacerdotal y le amenazó con la excomunión, si no era repuesto enseguida el legítimo Patriarca Ignacio.
Focio se declaró en rebeldía contra el Papa y arrastró con él a los tres Patriarcas de Oriente al cisma. Poco duró su primer triunfo; el año 867 se apoderó del trono el Emperador Basilio I, que destituyó a Focio y lo relegó a un monasterio de Skepe.
Para buscar la paz entre los cristianos orientales y occidentales, se celebró, en octubre del año 869, el IV Concilio Constantinopolitano (VIII ecuménico), que excomulgó a Focio. No obstante, Focio llegó a ganarse las simpatías de Basilio I y, al morir el Patriarca Ignacio (877), obtuvo sin dificultades la sede de Constantinopla.
Ante los nuevos abusos e injusticias de Focio, el Papa lo excomulgó solemnemente el año 881. El cisma se abrió de nuevo. El Emperador León VI el Filósofo (886-912) depuso al Patriarca, que fue internado en un monasterio, donde murió doce años después. El cisma había terminado.
– CONSUMACIÓN DEL CISMA DE ORIENTE
El que dio el golpe definitivo para perpetuar el cisma de Oriente fue el Patriarca Miguel Cerulario, que inició una activa campaña contra Roma y ordenó cerrar todas las iglesias y monasterios latinos que había en Constantinopla. Era el año 1053.
El Papa León XII mandó legados al Emperador Constantino IX. Éste los recibió, pero sólo para quedar bien. Pero Miguel Cerulario los rechazó y no quiso saber nada del Papa. Quería romper con Roma y ser jefe único en Oriente.
El 16 de julio de 1054, los legados del Papa pusieron el decreto de excomunión sobre el altar de la basílica de Santa Sofía y abandonaron la ciudad. Miguel Cerulario respondió lanzando la excomunión contra los latinos. Cinco años después (1059) moría en el destierro, pero el cisma continuó y sigue hasta nuestros días.
Hoy, gracias a Dios, han sido levantadas las dos excomuniones, pero no ha llegado aún la deseada unión de los cristianos orientales y occidentales.