

Recapitulada por el P. Cano
– VIDA MONACAL
La vida cenobítica o monacal (vida en comunidad) la inicia y organiza San Pacomio. Nació en la Tebaida el año 292; siendo soldado conoció y abrazó el Cristianismo el año 313. Su ansia de perfección lo llevó primero a la vida anacorética, al lado, del solitario Palemón. Pero pronto se reunieron en torno suyo muchos discípulos en el alto Egipto. Con ellos fundó el primer monasterio con todas las características de la vida monacal. Todos vivían en un lugar cerrado y se obligaban a cumplir la Regla, escrita por San Pacomio, que determinaba la vida que habían de llevar los monjes, en cuanto a la oración, penitencia, trabajo, apostolado, alimentación, descanso, etc.
En poco tiempo se fundaron ocho monasterios más. En vida de San Pacomio eran 7.000 monjes y a finales del siglo V ascendieron a unos 50.000. El abad que dirigía un monasterio grande, al que pertenecían otros más pequeños se llamaba archimandrita.
Los monjes vivían como los anacoretas, del trabajo de sus propias manos. La admisión de un candidato se hacía después de una exigente prueba.
San Pacomio fundó también monasterios de monjas. A la superiora se le llamaba abadesa; las monjas llevaban un velo que más tarde se convirtió en un hábito. El desarrollo, de los monasterios femeninos sobrepasó al de los varones. Estas vírgenes consagradas a Dios merecieron especiales elogios de los Santos Padres.
– MONJES BASILIANOS
Dignos de un capítulo especial son los monasterios fundados por San Basilio y los que siguieron la Regla escrita por el santo. Basilio sintió la llamada a la vida ascética y marchó a Egipto, donde conoció perfectamente la organización y vida de anacoretas y cenobitas. Al volver a su patria, distribuyó todos sus bienes entre los pobres y se retiró a un lugar solitario cerca de Neocesarea. Pronto acudieron a él muchos anacoretas para ponerse bajo su dirección, a quienes denominaron monjes basilianos.
Uno de los puntos esenciales de la Regla de San Basilio era la obediencia, con la que consiguió una perfecta unidad y consistencia de su obra. De tal manera fue así que con el transcurso de los años desaparecieron otras órdenes, mientras los basilianos poblaron Egipto y se extendieron por todo Oriente.
Desde el siglo V los basilianos predominan en Oriente y hoy día constituyen los monjes orientales por antonomasia. Las monjas basilianas tuvieron también gran difusión.
– EL MONACATO EN OCCIDENTE
Durante los siglos IV y V la vida monacal en Occidente creció a ritmo más lento que en Oriente. Pero a partir del siglo VI el movimiento cenobítico alcanzó un desarrollo tan extraordinario que sobrepasó a los orientales. De tal manera, que los monjes fueron los difusores y portavoces de la verdadera cultura cristiana, durante toda la Edad Media.
En el siglo III tenemos noticia de ermitaños y vida. cenobítica en Occidente, pero quien empezó a trabajar intensamente por su difusión fue San Atanasio en la primera mitad del siglo IV. Influyeron de manera decisiva los Santos Padres más famosos de Occidente, San Jerónimo y San Agustín.
San Paulina de Nola y San Eusebio de Vercelli establecen el monaquismo en Italia; San Agustín, en África, San Martín de Tours y San Honorato en Francia; Juan Casiano fundó cerca de Marsella dos monasterios, uno para hombres y otro para mujeres.
– LAS ISLAS DE LOS MONJES
La vida monástica en las Islas Británicas tiene especial interés por el extraordinario desarrollo que adquirió y por el influjo que ejerció en la Europa continental. A partir del año 432 San Patricio, el gran apóstol de Irlanda, fundó varios monasterios en la isla.
San Columbano completó la obra de San Patricio. El año 590, con doce discípulos suyos se dirigió a Francia, donde fundó varios monasterios. De ellos salieron abades para fundar en Alemania, Italia y otros lugares del continente. Casi todos los monasterios de Inglaterra fueron fundados también por monjes irlandeses.
En Escocia introdujeron la vida cenobítica San Niniano y San Columbano abad (distinto del mencionado arriba). Al mismo tiempo que los monasterios de monjes se fundaban de mujeres, en los que brillaron con luz propia muchas santas.
De los monasterios de aquellos tiempos solían salir los obispos para regir las diócesis y también los Papas para subir a la Cátedra de San Pedro.