Recapitulada por el P. Cano

– LA ORDEN BENEDICTINA

Las distintas órdenes monacales que surgieron en la Iglesia se circunscribían a un territorio más o menos extenso; la nueva Orden de San Benito (siglo VI) consigue extenderse tanto que fueron considerados como los monjes por antonomasia. Su lema era Ora et labora.

San Benito nació en Nursia el año 480. De familia ilustre, fue educado en Roma. De joven sintió la llamada a la soledad y se retiró a una cueva de Subiaco para vivir eremíticamente. Unos monjes vecinos, atraídos por su fama de asceta, le pidieron que fuera su abad. Disgustados por el rigor de vida que les organizó, quisieron envenenarlo, pero el vaso se rompió al hacer sobre él la señal de la cruz.

Benito se retiró a otro lugar solitario, donde pronto se le unieron otros monjes, que le eligieron como superior y con ellos formó pequeñas colonias parecidas a las de los ermitaños de Oriente. En el año 529 se estableció definitivamente en Monte Casino en el Lacio, después de convertir a los paganos de los alrededores y destruir el templo de Apolo. Fundado y bien organizado el monasterio, mandó el santo discípulos a Terracina, donde fundaron otro monasterio.

San Benito murió el año 543. Desde el Cielo pudo ver cómo su Orden se propagaba por toda Europa de una manera maravillosa. Desde el siglo VIII se puede decir que la Regla de San Benito es la Regla monástica por excelencia. Los monasterios benedictinos se habían propagado por toda la Iglesia.

– EL MONACATO EN ESPAÑA

Tenemos datos ciertos de que en el siglo IV había arraigado en España la vida monástica. El Concilio de Elvira (300) se ocupó de las »vírgenes consagradas a Dios», y el de Zaragoza (380) lanza la excomunión contra los clérigos que, para disimular sus malas costumbres, visten hábitos de monjes.

La invasión de los bárbaros paraliza la vida eclesiástica. Con la conversión del pueblo visigodo en el siglo VI florece de nuevo la vida monástica, que en el siglo VII será muy próspera.

Tenemos noticias históricas del monasterio Servitano de Valencia, fundado por Donato; del de San Victoriano, cerca del Cinca; del de San Félix, cerca de Toledo; del de San Millán de la Cogolla.

San Martín de Braga, San Fructuoso, San Valerio y Santo Toribio de Liébana propagaron la vida monástica por Portugal, la comarca del Bierzo y los picos de Europa. De los datos que han llegado hasta nuestros días, podemos deducir que a mediados del siglo VI existía en el noroeste de España una red completísima de monasterios.

Conocemos las Reglas de San Fructuoso, San Martín de Braga y San Isidoro de Sevilla.

De manera semejante se extendieron por España los monasterios de mujeres.

– VIDA RELIGIOSA Y SOCIAL CRISTIANA

Los monjes no sólo vivieron y difundieron la fe cristiana, sino que también proporcionaron a la Humanidad muchos otros bienes. Los pobres encontraban ayuda y cobijo en los monasterios; los obreros, trabajo; los colonos, hacienda, y los ignorantes, cultura.

La civilización debe a los monjes los primeros centros de enseñanza (escuelas monacales) en los que los niños recibían una esmerada educación cristiana. La cultura se conservó y transmitió gracias a la dedicación de los monjes al estudio, a su celo por adquirir libros y códices antiguos y, sobre todo, a su paciente laboriosidad al transcribir preciosos manuscritos.

Como norma general, las parroquias destinaban parte de sus bienes para ayudar a los pobres y así organizaron centros especiales de beneficencia y protección para enfermos y huérfanos.

– LOS PRIMEROS INVASORES

Los primeros invasores bárbaros del Imperio Romano fueron los godos occidentales, llamados visigodos. Ya lo intentaron el año 402 bajo la dirección de Alarico, pero fueron rechazados; dos años después también fueron vencidos por los romanos. Por fin, Alarico entró en Italia y sitió Roma, pero se retiró; poco después volvió y entró a saco, produciendo el pánico. Dejó destrozada la Cristiandad.

Alarico murió el año 410. Le sucedió Ataulfo, que se casó con la hermana del emperador Honorio, Gala Placidia. Como súbdito del Emperador, conquistó la Narbonense, al sur de las Galias. Pasó los Pirineos y llegó a Barcelona, donde fue asesinado. Le sucedió Walia, que se declaró rey independiente de Honorio, fundando así el reino visigodo de España y sur de las Galias. Los visigodos introdujeron el arrianismo en la Península.