D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
El humanismo de depresión podría resumirse de modo más vibrante con expresiones de algunos escritores existencialistas, según los cuales el hombre, para ser hombre, tendría que ser Dios; como no puede serlo, porque no hay Dios, el hombre es absurdo.
Tal humanismo de depresión tiene la virtud de poner las cartas boca arriba, como diciendo: señores, si negamos a Dios, neguémoslo de verdad, y no juguemos luego con palabras escritas con mayúscula: con unos valores misteriosos, bajo los cuales se cobija el pobre individuo humano, porque se les dota de universalidad y permanencia a través de la historia, que sustituye a Dios; pero como la historia no es más que un sucederse de individuos, todos igualmente relativos y contingentes, cualquier programación colectiva y de conjunto, aunque desborde un poco al individuo, no llega hasta el punto de poder ser divinizada.
Este reconocimiento del fallo del humanismo autónomo hace que se invierta la tonalidad sentimental con que se habla del humanismo. En los tiempos del humanismo de exaltación todos suscribirían la glosa de Engels al famoso libro de Feuerbach, en el siglo pasado. Feuerbach sostuvo que la idea de Dios y la vida religiosa no era más que la proyección sobre un ser ilusorio de nuestros propios poderes, individuales y sociales; era, pues, preciso rescatar esos poderes del espejismo que los aleja y darse cuenta de que los llevamos dentro de nosotros mismos; Dios no es más que un símbolo o imagen del hombre. Según Engels, esta teoría de la alienación (por otra parte, conocida desde el siglo XVIII) produjo casi una explosión de alegría: «Es necesario haber probado uno mismo la acción liberadora de este libro para hacerse una idea; el entusiasmo fue general: momentáneamente todos fuimos feuerbachianos». Hay una primera fase en que el humanismo autónomo, la proclamación de la libertad emancipada, produce alegría: Dios, la religión, la moral, son interpretados como esclavitud. El humanismo de depresión vuelve a poner las cosas en su sitio. Al optimismo sucede el pesimismo o una especie de estoica resignación: «Estamos condenados a ser libres»; es la libertad la que podría interpretarse como esclavitud. Así se confirma que la libertad humana sólo puede ser libertad por referencia a valores más altos.