JEAN DUMONT, Historiador francés
ISABEL LA CATÓLICA, LA GRAN CRISTIANA OLVIDADA
LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, ¿PATINAZO O PLAN ORGANIZADO? (V)
Contra la Iglesia: lo nunca visto
Es que esta primera Revolución, presuntamente tan antiaristocrática, que enriquece tan masivamente a la nobleza y la mantiene en lugar dominante, en el mismo momento y, al contrario, despoja completamente y destroza o saquea a la Iglesia. La supresión del diezmo, este impuesto de origen bíblico que permitía a la Iglesia costear los gastos del culto y la asistencia social, fue decretada desde agosto de 1789. La usurpación de los bienes de la Iglesia fue decretada en noviembre de 1789. Los bienes de la nobleza, por el contrario, son absolutamente respetados por la ley. Lo que hizo, como decía un testigo de la época, el también inglés Edmund Burke, que, para la Revolución, desde 1789, “los bienes del duque de La Rochefoucauld son más sagrados que los del cardenal de La Rochefoucauld”, su sobrino, arzobispo de Rouen, que son embargados. Desde 1789, todavía, en octubre, la Revolución suspende la emisión de votos religiosos, como si esto fuera una primera urgencia nacional (la nueva Constitución aún no había sido redactada y el rey gobierna todavía en su Consejo), y desde enero de 1790 la Revolución abolió los citados votos y suprimió todas las órdenes religiosas.
Tras esto, desde julio de 1790, la Revolución desmantela la Iglesia secular, la pone en manos del electorado político y la separa de Roma por medio de la Constitución civil del clero. De esta Constitución civil Jaurés ha escrito en su Historia socialista de la Revolución francesa que era «un acto de laicidad más atrevido que la separación de la Iglesia y el Estado, ya que, por la separación de la Iglesia y el Estado, solamente se laiciza el Estado», mientras que, por su Constitución civil del clero, la Revolución laiciza también la Iglesia. Seis meses más tarde, en 1791, la casi totalidad del episcopado legítimo tendrá que dejar sus diócesis y exiliarse, en un éxodo forzado nunca visto en Francia ni en ningún otro país de Europa. Dieciocho meses más tarde, en 1792, se decretará la deportación fuera de Francia de los sacerdotes refractarios a la Constitución civil, la gran mayoría del clero (448 sacerdotes sobre 545 en la diócesis de Boulogne), éxodo forzado tampoco visto nunca en Francia o en otro país de Europa. Los que contravinieron esta deportación fueron enviados a los Auschwitz de los pontones de Rochefort, o de la Guayana, de donde muy pocos regresarán, o fueron guillotinados o fusilados.
En este momento, por el contrario, desde e] decreto del 9 de noviembre de 1791, la Revolución prohibió emigrar a la nobleza. De este modo, mediante la deportación, la Revolución obliga a los sacerdotes fieles a abandonar su patria, lo cual no permite a la nobleza para mantenerla a su lado. Y, de hecho, la nobleza, tranquila y enriquecida en sus castillos o mansiones y presente en todas las instituciones, no emigra ni emigrará más que en una porción muy pequeña: solamente 16.000 nobles emigrantes durante toda la Revolución, de los 400.000 nobles existentes en 1789, según el cómputo de Donald Greer.