JEAN DUMONT, Historiador francés
ISABEL LA CATÓLICA, LA GRAN CRISTIANA OLVIDADA
LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, ¿PATINAZO O PLAN ORGANIZADO? (VI)
Revolucionaria solamente contra la Iglesia
Resulta totalmente claro: esta Revolución en sus principios es solamente revolucionaria contra la Iglesia. Si se hubiera estabilizado definitivamente la situación conseguida en 1791 y si hubiera llegado así a nuestros días, en Francia tendríamos todavía un rey jefe del ejecutivo, como titular de un derecho de veto legislativo, y unos nobles enriquecidos en los cargos de autoridad; los franceses estarían pagando todavía los derechos señoriales; pero no tendrían más Iglesia que unos funcionarios-obispillos, elegidos por la minoría “avanzada”, de católicos o no, separada de Roma, expoliada de todos sus bienes y amputada —entre otras cosas— de 4.000 parroquias, de todas las órdenes religiosas, de cabildos, universidades e institutos. Esto mismo lo constató el Papa Pío VI en su breve Quod aliquantum, el 10 de marzo de 1791: “Esta igualdad, esta libertad tan exaltadas por la Asamblea nacional, no desembocan más que en derribar la religión católica”. Habían pasado entonces menos de dos años desde la toma de la Bastilla: el pretendido patinazo anticatólico había sido inmediato y dominante desde el primer paso, porque había sido constitutivo. Todo esto preparaba lo que será, a partir de 1793, la persecución absoluta y general, con el cierre de todas las iglesias y la supresión de todo el culto. Y con la inculpación a los sacerdotes constitucionales que no abdicaron y a los fieles, masacrados incluso a causa de su “devoción insostenible”, como ocurrirá con los mártires de Avrillé, cerca de Angers, recientemente beatificados por San Juan Pablo II.
¿Cómo había sido esto posible? La historia de las ideas nos acerca ahora a la respuesta. Una historia de las ideas que no parece interesar más a la historiografía francesa que la historia social. Ya que no disponemos ni del balance del último anticatolicismo “filosófico” que continuaba a Voltaire y a Diderot, entonces ya desaparecidos, ni del balance de la enorme empresa de propaganda anticatólica constituida por millares de folletos publicados en 1788 y a principios de 1789, relevados después por la primera prensa y el primer teatro revolucionario. Peor todavía: la Biblioteca Nacional de París no posee ni mucho menos la colección completa de los panfletos prerrevolucionarios. Su Catálogo de la historia de la Revolución, establecido en 1955 por los conservadores Walter y Martín, ignora los panfletos anticatólicos más violentos. Ha tenido lugar una depuración de las fuentes, que es difícil creer fortuita. Como ocurrirá con otros muchos hechos de la persecución religiosa revolucionaria, sobre los cuales la Revolución ha organizado unos “silencios reveladores”, según la fórmula del especialista Michel Vovelle. Hemos podido darnos cuenta de esta depuración personalmente, por haber tenido la suerte de descubrir en una venta pública una colección auténtica de los panfletos prerrevolucionarios encuadernados en doce volúmenes por un lector de la época, bajo este significativo título: La Revolución de 1788.