Una Epopeya misionera
Padre Juan Terradas Soler C. P. C. R
Sentido misionero de la conquista y colonización de América (22)
Devoción eucarística de los fundadores de las Américas
Y si la vigorosa devoción al Santísimo forma el legado común de toda la Hispanidad, ¿qué decir del Perú, “uno de los más claros retoños del recio y catolicísimo tronco hispánicos”, según el mismo Pío XII?
El antiguo imperio de los incas fue, sin duda, con Méjico, el país donde la civilización hispanoamericana echó más profundas raíces. Sus arcaicas regiones fueron las más y mejor asimiladas por la cultura y la sangre española. De tal manera que el Virreinato de Lima se convirtió pronto en el centro de la civilización de América del Sur. Y por eso, en Perú se conservan los más grandiosos monumentos y los restos más preciados de aquella época, huellas tangibles de la planta civilizadora de España.
Debido a esta primogenitura espiritual y cultural de la antigua Nueva Castilla, la piedad eucarística, base auténtica de toda la obra colonizadora española, es tradicional y está particularmente arraigada en el alma peruana.
“Para ser fiel a tan honrosa misión (foco de civilización y de fe), el Perú tenía que ser una nación eucarística; y de que lo es nos dan testimonió sus antiquísimas cofradías del Santísimo Sacramento, alguna de las cuales va unida al nombre del mismo Pizarro; sus antiquísimas procesiones del Corpus Christi, que llegaron a emular a las de la misma Toledo; la jaculatoria “Alabado sea el Santísimo Sacramento”, que se ve grabada en las fachadas de sus casas; la devoción de las Cuarenta Horas, implantada ya ahí desde 1816; y la piedad con que los buenos peruanos se descubrían por las calles y rezaban el Credo al oír la campana de la iglesia matriz, que anunciaba la elevación del Señor”.
(Radiomensaje al Congreso Eucarístico y Mariano Nacional del Perú, 12-XII-1954.)
Pío XII ha mentado algunos países determinados, conforme las coyunturas se presentaban. Pero lo que ha dicho de Guatemala y del Perú, tiene su valor correlativo en toda la geografía de América, pues toda ella se nutrió, después de venir a la vida cristiana, con el Pan de los Ángeles, que le administraban los misioneros.
Prueba de que el alma de Hispanoamérica se forjó al calor del Sagrario es que ha sabido vibrar de entusiasmo al pasear triunfante por sus ciudades el Santísimo Sacramento, durante los numerosos Congresos Eucarísticos celebrados estos últimos años en aquellas tierras. Estas concentraciones—elocuente resultado de cuatro siglos de civilización cristiana—manifiestan al mundo que el alma católica de América no ha muerto; a pesar de los problemas que la falta de clero plantea hoy al Catolicismo en un mundo que se multiplica en proporciones sorprendentes, las virtudes fundamentales están hondamente arraigadas en sus fibras más íntimas, y sólo esperan el cuidado de nuevos y suficientes obreros evangélicos, y un orden social y político más sano, para crecer y producir infinitos frutos.
Al gran Pontífice Pío XII no le pasó desapercibida esta significativa abundancia de Congresos Eucarísticos americanos que como oasis de paz y de gracia en un mundo desecado por la crueldad y el egoísmo, han atraído la atención del orbe católico sobre un continente que se abre a la esperanza.
“De los grandes Congresos (Eucarísticos) internacionales—y como natural preparación y complemento—surgiría en seguida la idea de los Congresos Nacionales, que precisamente en vuestra América española, como correspondía a la robusta fe y a la sólida piedad de la católica comunidad hispánica, ha mostrado una asombrosa fecundidad: Chile, San Salvador, Argentina, Cuba, Bolivia, Ecuador y Perú—para no salirnos de los principales en estos diez últimos años—-han sido los dignos escenarios de tan estupendos triunfos”.
(Radiomensaje al I Congreso. Eucarístico Nacional de Guatemala, 12-IV-1951).