Francisco Elías de Tejada
Vosotros, los que nacisteis aquí y cubrís vuestra existencia terrenal con apellidos engarzados en el solar del Principado, queréis a Cataluña con el cariño maternal de los fervores ancestrales, la queréis porque sí, sin otra razón que la ya sobrada razón de ser cosa entrañablemente vuestra, de sentiros los continuadores de la historia catalana. Yo, en cambio, amo a Cataluña con latidos de enamorado que se esposa. No la quiero porque sí, sino en fueros de admiraciones, en el asombro avasallador de los logros de su historia, en el hallazgo de que en La Tradición catalana se encuentran florones de verdad política y de gloria ideológica capaces de subyugar con rendidos afectos de esposo libremente enamorado.
Hace casi veinte años que escribí mi declaración de amor, de la cual no podré mientras viva borrar ni una tilde, porque los amores profundos del esposo son siempre por definición amores eternales: “Pocos pueblos -escribía yo enamorado de Cataluña en 1950, en mi libro Las doctrinas políticas en la Cataluña medieval- pueden ofrecer al lector un cuadro tan sugestivo y apasionante, tan rico, multiforme y espléndido. Las palabras del maestro Menéndez y Pelayo, «nadie quitará a la lengua catalana la gloria de haber servido la primera para la especulación metafísica», pudieran trasladarse al ámbito de la historia del pensamiento político sin forzar un ápice los alcances de la frase. Que en catalán habló por vez primera la idea de la libertad moderna por boca de Eiximenis, catalana fue aquella legión de juristas que trazó la primera doctrina con raíces sociológicas de una monarquía limitada, de Cataluña surgió con Ramón Llull y con San Ramón de Penyafort la idea de misión que sustituye a la de cruzada superándola en el cerrado respeto a la dignidad humana; y el Principado es la patria aborigen de ese «selfgovernment» que hoy se quiere presentar por los anglosajones como la feliz alianza que sintetiza el imperialismo con la libertad política».
A esa declaración de amores fui correspondido con creces en el regalo de tantas magníficas visiones como son los tornasolados riquísimos reflejos que exornan al pensamiento catalán. En mis largas horas de trabajo fui perfilando la imagen cierta de una Cataluña paridora de ideas, madre de pueblos, señora del Mediterráneo, imperial y cristiana, españolísima y peculiar, la estampa de la Cataluña que idolatro. Con este amor yo participo de los encantos de esta Cataluña mía, porque todo enamorado participa con el título que le dan los fuegos de sus quereres en las bellezas de la mujer que ama. Decidme ahora si en mi corazón no laten títulos para sentirme tan catalán como vosotros.
(VERBO)