

17 jueves Ene 2019
Posted Oraciones
in17 jueves Ene 2019
Posted Artículos
inMontserrat
Una de las tragedias que estamos viviendo es el invierno demográfico, sobre todo en los países industrializados. Una de las causas de esta drástica reducción de los nacimientos es la pérdida del sentido de la historia. Entre las motivaciones que tienen las personas para traer hijos al mundo está el trasmitirles una herencia cultural de la cual se sienten orgullosos. (Mons. Ignacio Barreiro Carámbula – Verbo)
Cuando nuestro confesor estaba ausente, yo me confesaba con el arzobispo. Al descubrirle mi alma, recibí esta respuesta: Hija mía, ármate de mucha paciencia, si estas cosas vienen de Dios, tarde o temprano, se realizarán y te digo estar completamente tranquila. Yo, hija mía, te entiendo bien en estas cosas; y ahora, en cuanto al abandono de la Congregación y la idea de (fundar) otra, ni siquiera pienses en esto, ya que sería una grave tentación interior. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
Uno de los que mejor entendieron ese suicidio fue Pasolini, arquetipo de lo que Gramsci llamaba “intelectual orgánico”, cuando dijo que la revuelta del 68 no había sido a la larga más que un medio de la burguesía para liberarse de unos valores que le habían dejado de interesar. Cómo es que, siendo Gramsci el filósofo marxista más respetado y citado, no sólo por la juventud respondona sino por los teóricos del eurocomunismo, ha alcanzado la equívoca fortuna de ser el filósofo por excelencia de la burguesía neocapitalista, es un misterio que Del Noce nos aclara en la obra que precisamente titula Il suicidio della rivoluzione (Rusconi, Milán, 1978). (Aquilino Duque – Razón Española)
El municipio, la provincia y la región, no se pueden administrar ni regir en su vida interior sin imposiciones extrañas, sino que dependen de cualquier Poncio amovible a voluntad de un Ministro de la Gobernación; y el capital y la industria y la paz social de las ciudades más florecientes de España dependen de la impertinencias de un Dávila, el hombre en cuya cabeza las ideas, si llegan a penetrar, mueren corno los pájaros en la máquina neumática por falta de oxígeno. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)
La “desinteligencia” moderna nace de su negación del orden natural de las cosas y de su desconocimiento de la finalidad objetiva, de la esencia reguladora del hombre y de la sociedad política. Porque “es el orden natural de los entes, o si se quiere su intrínseca finalidad objetiva, el que nos proporciona el criterio para establecer cuándo el poder es mero poder (y por tanto arbitrario) y cuándo, sin embargo, es autoridad”. En otras palabras, sólo la autoridad, que es poder verdadero, respeta el fin objetivo de los hombres, se ordena a él y gobierna atendiendo a él. Es lo que Santo Tomás expuso al decir que “gobernar significa conducir convenientemente lo que se gobierna al fin debido”. No a cualquier fin sino al fin que se debe al ente por cuanto es el fin del ente. (Juan Fernando Segovia – Verbo)
¡Qué pena nos dio hace pocos meses leer en un periódico fervorosamente católico repetidos elogios y recomendaciones de un poeta célebre que ha escrito, en odio a la Iglesia, poemas como la Visión de Fr. Martín y La última lamentación de lord Byron! ¿Qué importa sea o no grande su mérito literario, si con este su mérito literario, nos asesina las almas que hemos de salvar? Lo mismo fuera guardarle consideración al bandido por brillo de la espada con que nos embiste, o por los bellos dibujos que adornan el fusil con que nos dispara. (Sardá y Salvany – El liberalismo es pecado)
A esta actitud de fidelidad abierta se opone la práctica facilona de hacer entrega del poder, y permitir, por imperativos pactistas, que la modelación de ciertas vertientes nada secundarias de la vida social sea realizada conforme a proyectos ideológicos no sólo distintos sino contrapuestos a las concepciones que vertebran la propia actividad política. La forma de gobierno híbrido que esta renuncia consensual provoca no permite conferir a la vida comunitaria una estructura firme que le confiera dinamismo y solidez. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
17 jueves Ene 2019
Posted P. Manuel Martínez Cano
inPadre Manuel Martínez Cano, mCR.
Hace unos veinte años, un psicólogo y profesor de filosofía, me dijo: «Hemos perdido la batalla del pudor y la modestia”. Se dio cuenta, acompañaba a sus hijas cuando iban a comprarse faldas y demás.
Hace cuatro días, le dije a una chica de dieciséis años que se sentara bien y se tapase las piernas. Respuesta nerviosa: ¿por qué nos tenemos que tapar las piernas? Se lo expliqué pero se quedó en blanco. Pocos días después se mostró simpática conmigo.
Copio del folleto modestia y moda:
Hay que tener muy en cuenta la primera función del vestido, que por ningún concepto debe quedar frustrada. Es la que el mismo Dios le ha señalado: que sea el instrumento con que el pudor consiga su misión. Pudor, en el sentido estricto de la palabra es la vergüenza por todo acto sensual y por todas las cosas relacionadas con él. Esta vergüenza va acompañada de un movimiento espontáneo, de una tendencia a ocultar todo lo que tiene relación con los actos sensuales en uno mismo; y también a apartar de los sentidos lo que puede venir del exterior.
Puso Dios el pudor en la naturaleza humana cuando el pecado despertó en ella la concupiscencia; es decir la inclinación desordenada a los placeres sensuales, sin el control de la razón. Lo que más excita la concupiscencia es el desnudo. Por eso, al aparecer en el hombre la concupiscencia, Dios la puso como freno el pudor con la tendencia a cubrir la desnudez. Suele decirse: el cuerpo del hombre nada tiene de malo, es una obra primorosa de Dios; y por lo mismo, ningún inconveniente hay en contemplar su belleza. Es verdad que el cuerpo del hombre es una obra de Dios, que tiene su belleza. Así debían mirarlo los hombres. Así lo miraban Adán y Eva antes de sentir la concupiscencia. Y como sólo miraban eso, Dios les permitió que en el paraíso vivieran sin vestido. Ellos mismos no sentían vergüenza.
Pecaron; y uno de los efectos que produjo el pecado fue ver en el cuerpo algo más que la obra bella de Dios; algo que producía en ellos conmociones extrañas, de lo cual tuvieron vergüenza. Despertó la concupiscencia; y con ella apareció el pudor para contrarrestarla. Movidos por el pudor, procuraron cubrir la desnudez que les excitaba y les avergonzaba. Y la cubrieron como pudieron: Con hojas de árboles.
El hombre siente tendencia a complacer, a agradar a los que tratan con él. Con esa finalidad procura realzar su belleza natural con el vestido. La inclinación a agradar es más acentuada en la mujer que en el hombre. Dios ha puesto esa tendencia en ambos sexos, pero a la mujer se la ha dado más fuerte y le ha dado también más arte para conseguirlo. Por eso la mujer se preocupa por los vestidos más que el hombre; habla de ellos, observa a las otras, piensa en ellos, procura tenerlos en abundancia, examina, consulta cómo le caen, qué color, qué confección deben tener, cómo queda más mejorada. Hay quien hace esto hasta la impertinencia insoportable. Que lo digan modistas y comerciantes. Realzar la belleza con el vestido sin traspasar los límites nada tiene de inmoral; al contrario, debe aconsejarse, pues el descuido y el abandono también encierra inconvenientes morales.
Otra finalidad del vestido: servir de adorno para dar realce a la belleza corporal. Los fines del vestido deben estar jerarquizados. El primero de todos en importancia es el que impone el pudor. No se puede prescindir de él apelando a supuestas exigencias de la higiene y del ornato. Porque se diga que un vestido es más cómodo, no puede ser inmodesto. Porque aparente más elegante, no debe ser provocativo.
Ni la Iglesia ni la moral cristiana son enemigas de la moda, con tal que sea digna.
Dice Su Santidad Pío XII: «Dios no os pide que viváis fuera de vuestro tiempo, indiferentes a las exigencias de la moda, de manera que seáis ridículas, vistiendo contra los gustos y usos comunes de vuestras contemporáneas, sin preocuparos jamás de lo que les agrade» (8-Xl-57). Lo que prohíbe la Iglesia y la moral es que la moda, sea como sea, se constituya en norma suprema de las costumbres. “Si algunas cristianas sospechasen las caídas y las tentaciones que causan en otros con los vestidos y con la familiaridad a que, en su ligereza, dan tan poca importancia, sentirían espanto de su responsabilidad». (22-V- 1961).